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El orgasmo y el obstáculo de la mente
La idea para escribir este artículo me surgió a raíz de otro que escribí hace tiempo sobre cómo la relajación transforma la experiencia de la sexualidad. Para leerlo puedes hacer click aquí.
En ese artículo mencionaba el debate alrededor de la descarga del orgasmo en el sexualidad sagrada, debate que tiempo atrás, nos ha llevado a tanta reflexión en el grupo de Telegram. Para algunas personas prescindir del orgasmo genital, y/o de la descarga asociada a él, es visto como una represión de nuestra sexualidad, mientras que para otras es visto como la consecuencia de habernos liberado de las resistencias de la mente, abriéndonos al flujo de la experiencia en el momento presente. Una misma cosa percibida de maneras opuestas por diferentes personas. Creo que este cuestionamiento viene a manifestar la misma paradoja que está detrás de todas las prácticas espirituales que tratan de superar las estructuras de la mente y el ego. Nuestra mente (en el estado en que habitualmente se encuentra) es la pura expresión de la lucha, la contención, la obstaculización del fluir, y la incapacidad para experimentar el eterno presente. Cuando hablamos de nuestra capacidad de fluir, abrirnos a la experiencia y al momento presente, se nos olvida que al hacerlo nos encontramos con la mente como un obstáculo que se opone fuertemente a ello.
Entonces, ¿cómo alcanzar un estado de flujo y no oposición si para ello debemos precisamente OPONERNOS a un obstáculo que lo impide: la mente?
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¿Activamos nuestro «modo disciplina», que supone oposición activa a nuestros impulsos, para superar el obstáculo de la mente? ¿O activamos nuestro «modo permitir», disposición de apertura pasiva a lo que acontece?
Uno de los argumentos habituales en contra de las prácticas sexuales que abandonan el orgasmo es que hacerlo no es natural, ya que si fue puesto ahí por nuestra biología y nuestro instinto es para que lo experimentemos. Por un lado, es en la mente donde surge el sentimiento de necesidad hacia el orgasmo, pero por otro lado, no por esa razón ese sentimiento deja de ser natural. La cuestión sobre qué es «natural» aquí no nos sirve. No hay nada en nosotros que no sea natural. La mente, claro que es natural, así como lo es el instinto. Ambos son igualmente parte de nosotros, e igualmente propios de nuestra naturaleza, tal y como fuimos creados, además de ser ambos expresiones de la divinidad. Sino, no existirían. La mente y el instinto están fuertemente ligados, ya que en el nivel de conciencia en el que nos encontramos, ambos se encargan básicamente de protegernos contra las amenazas para la supervivencia. Esa es la razón por la que la mente se proyecta constantemente al pasado y al futuro para elaborar sus estrategias de defensa y adaptación. Entonces si tratamos de ser precisos con los conceptos, no creo que la cuestión sea llegar a conectar con lo que es natural en nosotros. Somos seres con total libre albedrío, así que cualquier elección es una expresión de nuestra naturaleza, ya que nuestra naturaleza, incluyendo ese libre albedrío, es elegir y experimentar lo que elegimos. No hay acciones «buenas» o «malas» sino simplemente cada ser actúa buscando lo que le supone el máximo placer, bienestar o realización espiritual que es capaz de experimentar. No creo en una diferencia entre esas tres cosas, ya que creo que esa realización espiritual es la única sustancia real que puede suponer una «gratificación», y que todo placer, por básico que lo consideremos, sólo representa una experiencia positiva porque contiene, más o menos distorsionada, la esencia de esa realización. Un tipo de placer puede ser lo mejor que un individuo conoce, pero más adelante lo deja atrás porque simplemente ya no le aporta nada, al haber conocido formas de gratificación más profundas. En mi opinión, este es el proceso que lleva a tantas personas a abandonar la descarga del orgasmo genital.
Tweet This! Por otro lado, nosotros trazamos una línea para separar en qué punto una forma de gratificación comienza a ser elevada o espiritual, pero solo es un juicio subjetivo, relativo al grado de evolución que cada uno hemos alcanzado.
La oscuridad es una ilusión
Entonces, claro que para encontrar un estado de gratificación superior el camino es abandonar la fricción, el control, la lucha y la oposición. Sin embargo, no nos dejemos engañar tomando por oposición el acto de abandonar las exigencias de la mente. Eso no es oposición. Podemos decir que «luchamos contra la mente» pero en realidad lo que hacemos es liberarnos de la opresión que ejercía sobre nosotros. Hablamos del ego como una entidad contra la que luchar, pero en mi opinión eso sólo lleva a más confusión, perdiéndonos en todos esos debates sobre si el ego es bueno o malo, y sobre si debemos acabar con él o sólo canalizarlo de determinada manera.
El ego no es un ente contra el que uno pueda pelearse o que pueda ser bueno o malo. Casi nos da pena dejarlo atrás expresado así, como si hacerlo fuera negar una parte de nosotros mismos, cuando el ego no es nada en sí mismo. El ego tampoco es la mente. El ego es una actitud de la mente, es la propia actitud de negación y de rechazo. Abandonar esa actitud no es abandonar ni rechazar nada, es dejar de hacerlo, es abrazar todo lo que existe.
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O si queremos ver ese cambio como una negación en sí, como pura lógica deberíamos recordar la regla básica que nos enseñaron en el colegio: «menos por menos más». Dos negaciones se anulan entre sí. Negar lo negativo da un resultado positivo. Esa comprensión sirve siempre que no «personalicemos» la negación como un ente a quien podamos rechazar o no. Son castillos de naipes conceptuales que la mente construye al crear conceptos para nombrar lo que no existe. Todo es muchísimo más simple.
La actitud de rechazo y negación del ego es fruto del miedo, que a su vez es fruto de la ignorancia de nuestra naturaleza esencial, la Unidad. Lo ignorado existe. La ignorancia, por su parte, solo es el fenómeno de retirar de lo ignorado la luz de nuestra conciencia. Así se crea el fenómeno de la oscuridad, que se manifiesta en nosotros como lo que llamamos «ego», pero que no tiene entidad por sí misma, porque esa oscuridad solo es la ilusión de que lo ignorado no existe. Cuando hablamos de dejar atrás el ego solo hablamos de tomar conciencia de que lo ignorado existe, y de que por lo tanto, su ausencia, nunca existió. Por su parte, la creencia en esa ausencia, la oscuridad, es en sí, el propio fenómeno de la ilusión.
Con la palabra «ego», también solemos hacer referencia a nuestras características o atributos como seres individuales, y a nuestra conciencia de ellos. Sin embargo, esa conciencia es perfectamente compatible con la conciencia no dual. De hecho, la medida en que alcanzamos la conciencia no dual, es la medida en que somos capaces de percibir el plano de la Unidad y el de la multiplicidad, con su expresión individualizada, como dos aspectos inseparables de la existencia, sin conflicto entre ellos. Por esa razón, me parece que lleva a confusión entender el ego de esta forma, y además considerar que está esencialmente asociado a la oscuridad.
Como decía entonces, no debemos tomar por «oposición» el propio acto de «dejar de» oponernos al momento presente.
Tweet This!Toda inercia requiere un hecho que la haga transformarse para que no siga siendo todo como es. Dejar las drogas requiere romper una inercia muy potente y nos lleva a un estado de mayor paz y equilibrio. Eso no significa que el orgasmo pueda compararse con las drogas, evidentemente. Lo que sí significa es que no podemos dar por sentado que todo lo que supone romper una inercia nos vaya a llevar a estados de mayor tensión. La cuestión es que para terminar con esa inercia podemos tratar de ponernos en frente y parar el huracán, lo que no servirá de nada, o podemos actuar en wu wei (hacer no haciendo) y redirigir esa energía, o dejar de alimentarla. El aparente dilema que encontramos en la sexualidad sagrada es exactamente el mismo que encontramos en la meditación. La meditación se considera práctica de la vía ascética pero su finalidad es la misma que la de la vía extática, el hecho de fluir completamente con lo que es. Vemos que la paradoja siempre está presente si no comprendemos la realidad en profundidad, el hecho de que la finalidad de todas las vías es esencialmente la misma: ¡Abandonar toda finalidad!
El deseo y el deseo de no desear, frente al verdadero cese del deseo
Al comienzo de este texto planteaba la disyuntiva de si debíamos activar el modo «permitir – modo pasivo» o el modo «disciplina – modo activo».
La actitud meditativa no es ni una cosa ni la otra, no es ni pasiva ni activa. O bien podríamos decir que es ambas. No es ni yin ni yang, sino que es su integración en una unidad indivisible de la que ambos solo son dos perspectivas.
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La meditación es observación consciente. Observamos el devenir sin interferir, pero manteniendo encendida esa luz de la consciencia. Si uno de los dos aspectos falla, no es meditación. Cuando se da esa integración alcanzamos el wu wei: «hacer no haciendo». La falta de cualquiera de los dos aspectos nos lleva a la falta del otro ya que ambos son la misma cosa. Nuestra mente los percibe como opuestos incompatibles que se contrarrestan y anulan el uno al otro, pero en realidad se hacen posibles mutuamente porque son dos perspectivas de la misma unidad armónica. Esa es la razón por la que aferrarnos a cualquiera de los dos aspectos tratando de excluir o evitar el otro nos priva de alcanzar también el aspecto que perseguimos. Si con el propósito de no dejarnos arrastrar tratamos de ejercer control activo sobre el pensamiento para vaciar el espacio mental, lo inundaremos con más y más pensamientos perdiendo todo control. Si con el propósito de conseguir la apertura total en la percepción sin interferir en absoluto con nada de lo que acontece, dejamos que todos los impulsos nos arrastren, el espacio mental quedará invadido igualmente por el monólogo incesante de pensamientos encadenados. En ese estado la percepción se cierra totalmente. La máxima expresión de ello sería el momento en que caemos en el sueño.
La observación tiene que ser consciente, atenta. La observación es apertura, la atención es enfoque. Si no hay observación no hay atención y si no hay atención no hay observación. El equilibro o el wu wei sucede cuando dejamos de perseguir uno u otro de los dos polos, como decía antes, cuando alcanzamos el abandono de todo propósito o finalidad. Ese momento llega cuando dejamos de sentir necesidad. La necesidad del orgasmo y la necesidad de evadirlo son igualmente necesidades.
Uno de los obstáculos más habituales es confundir el abandono de todo propósito con el aferramiento al modo «permitir – modo pasivo». En cuanto al «modo activo» es sencillo ver la contradicción en la expresión «luchar por la paz» o «luchar por dejar de luchar». Se hace evidente que toda lucha implica un propósito. Sin embargo, las diferencias entre el «modo pasivo» y el abandono de todo propósito están mejor disfrazadas. Se simplifica si comprendemos que nuestro estado actual es el deseo, que esa es la inercia que hemos de abandonar para alcanzar la armonía, y en la que el «modo pasivo» nos estanca inevitablemente el «modo pasivo». La raíz del deseo es la oposición, la oposición a lo que no se desea. Vemos una expresión más de cómo un polo siempre esconde su opuesto.
Así que si el «modo-activo» pretende «luchar por dejar de luchar», el «modo-pasivo» pretende «fluir con la resistencia».
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Si decimos que el «modo-pasivo» es equivalente al deseo. El «modo-activo» es equivalente al «deseo de no desear». Parecen opuestos pero son lo mismo. Ambos son deseos, propósitos. La verdadera liberación y la puerta de acceso al éxtasis es el cese de todo deseo. Aclaremos que nos referimos a un deseo que se vive como necesidad, un deseo asociado a lo que solemos llamar «apego», no a una ilusión que nos proporciona disfrute en el momento presente sin aferramiento. De hecho, no me suele gustar utilizar la palabra «deseo» con esta connotación de apego, para no crear confusión, pero en ocasiones resulta más sencillo o apropiado por el contexto. Sobre esa diferencia entre el deseo asociado y no asociado al apego hablaré un poco más en profundidad más adelante.
La cuestión es que buscar un aspecto excluyendo el otro es lo que solemos hacer porque nuestra mente dual no puede percibir esa unidad armónica, sino solo su reflejo alternativamente en cada uno de los dos aspectos. Entonces creemos que buscamos un aspecto u otro y debatimos entre nosotros sobre cuál es la opción correcta. Sin embargo, todos perseguimos la unidad armónica percibida desde diferentes ángulos. Eventualmente, la experiencia de vida saltando de un extremo a otro nos lleva a vislumbrar poco a poco la realidad armónica más allá del aparente conflicto. Si no hay conflicto no hay necesidad de solucionar nada y es ahí donde el abandono de todo propósito simplemente sucede.
Entonces, cuando hablamos de nuestro deseo del orgasmo, ¿seguir ese deseo supone un modo de oposición al momento presente? ¿O supone un simple acto de fluir con nuestra naturaleza fisiológica e instintiva? ¿Ignorar esa llamada supone un acto de abrazar el momento presente? ¿O supone un acto de oposición a nuestra naturaleza fisiológica e instintiva? La realidad es que esa llamada se extingue cuando ya no nos dejamos arrastrar por ella pero tampoco tratamos de aniquilarla provocando más deseo reprimido. Ambas son dos formas de alimentarla. Inyectar energía o tratar de suprimirla. Recordemos que la oposición es la oscuridad y la oscuridad es una ilusión, así que toda la energía que ponemos en oponernos a algo es simplemente energía que lo alimenta. Ese momento en que la llamada del deseo de orgasmo se extingue, es el momento en que su inercia cesa y desaparece por sí sola, exactamente igual que la inercia de los pensamientos en la meditación. Entonces alcanzamos una satisfacción y plenitud mucho más profunda.
Cuando algo desaparece con la relajación, la aceptación y la apertura, con la visión lúcida de la actitud meditativa, lo hace porque no era ninguna entidad sustancial. Lo que no es sustancial, es una ilusión. El universo, la energía, el amor no dejan de estar ahí cuando nos relajamos, sino que los percibimos mucho más intensa y claramente. El ego sí desaparece, porque el ego ni siquiera es una entidad en sí, que pueda existir o no. El ego sólo es la propia actitud de negación y la negación desaparece cuando dejamos de negar. Así desaparece también nuestra necesidad del orgasmo. El orgasmo existe para nosotros, y es real y placentero, pero nuestra necesidad de él no es real. Estrictamente hablando, si tenemos en cuenta nuestra esencia profunda deberíamos decir que no hay ninguna necesidad que no sea ilusoria, pero que la creencia en cada una de ellas es una expresión natural de un determinado nivel de conciencia.
Es decir, la ilusión de necesidad existe y es natural, pero la necesidad en sí no existe. El grado en que vamos siendo conscientes de esa ilusoriedad de nuestras necesidades corresponde a la intensidad de la felicidad y el éxtasis que podemos llegar a experimentar, tanto en el sexo como en la experiencia de vida en general.
Cuando no tenemos necesidades, no perseguimos nada, simplemente sentimos gratitud. Es entonces cuando nos abrimos a recibir la abundancia que siempre nos correspondió.
Para leer la segunda parte puedes hacer click aquí.