Forma-fondo, cuerpo-mente

Alma separada del cuerpo. Dualidad cuerpo y mente.

La idea para escribir este artículo surgió a raíz de otro en el blog de no dualidad, titulado «La forma y el fondo desde la conciencia no dual». Puedes acceder directamente a él haciendo click aquí.  En ese artículo hablaba de la distinción artificial que hacemos culturalmente entre la información que se transmite a través del medio que llamamos «fondo» frente a la que lo hace a través del medio que llamamos «forma». Consideramos a la segunda como más elevada e importante frente a la primera, y estamos condicionados para centrar nuestra atención en ella. Todos solemos estar convencidos de que no nos interesan ni afectan los factores relativos a la «forma», pero nos afectan en gran medida inconscientemente, lo que nos convierte en fácilmente manipulables al hacernos pensar que nuestras motivaciones son otras, ajenas a esos factores y más aceptadas por nosotros.

En ese artículo también mencioné que la división «forma»-«fondo» es un perfecto reflejo de nuestra división «cuerpo»-«mente» o «cuerpo»-«espíritu». Identificamos en el cuerpo y la mente la misma relación «forma»-«fondo» que identificamos en tantas cosas. Hacerlo así puede tener cierto fundamento, pero lo que me parece importante es tomar conciencia de que eso nos lleva a aplicar a esta relación «cuerpo»-«mente» los mismos sesgos que aplicamos a la relación «forma»-«fondo». De la misma manera que somos manipulados a través del hábil manejo de lo que llamamos «forma», somos manipulados a través de las necesidades del cuerpo, que consideramos demasiado inferiores como para creer que sean las verdaderas motivaciones detrás de nuestros actos.

Lo que negamos nos controla desde la sombra

Nos mantenemos en la creencia racional de que lo importante es el espíritu. Si hemos sido educados en el paradigma científico materialista en vez de en el religioso, lo llamaríamos «la mente», o «la persona». Para más paralelismo, utilizamos expresiones como como «el fondo de la persona». El paradigma religioso y el científico materialista son las dos versiones del mismo software dual que llevamos instalado en nuestra mente por sistema operativo. Sin embargo, al igual que nos ocurre con la comunicación transmitida a través del medio que llamamos «forma», nuestro ser completo no puede dejar de prestar atención al cuerpo porque sabe que el cuerpo es real. Nuestro inconsciente siente y se expresa a través del cuerpo. Queremos y creemos ser profundos, inteligentes, productivos o espirituales, según nuestro paradigma, y eso nos lleva a vivir en conflicto con nuestra naturaleza, escindidos, rechazando todas las partes de nosotros que identificamos con la inferioridad, la debilidad, la culpa o el pecado. Cuanto mayor es nuestro compromiso de superación para elevarnos y más intensa nuestra lucha, más ignoramos las necesidades de nuestro cuerpo y más intensas e incontrolables se vuelven estas. Cuanto más salvajes se vuelven, más enérgicamente las ignoramos para poder controlarlas. Cuanto mayor es nuestra ignorancia de su existencia, y sobre todo, de la importancia que tienen para nosotros, más fácil es manipularnos a través de ellas. Lo es en la medida en que nuestro inconsciente se vuelve hábil para satisfacerlas mientras nos hace creer que estamos persiguiendo otro tipo de gratificaciones. Por eso el sexo es una de las formas de manipulación más evidentes. Pensemos en cómo se utiliza en la publicidad, por ejemplo.

Ëxito, autoimagen

Puede que estés pensando que esa mentalidad represiva hacia el cuerpo, especialmente hacia el sexo, asociada a la idea de pecado, la hemos dejado atrás, ya que la religión no tiene la influencia en nuestra cultura que tuvo en el pasado. Y así es, pero la escisión entre el cuerpo y la mente, entre lo elevado y lo vulgar, sigue presente, aunque en formatos más actualizados. Hoy en día la mayoría de nosotros consideramos que el sexo es satisfactorio y lo buscamos abiertamente, pero lo concebimos como un placer superficial, que si bien no tiene nada de malo, no es para nada representativo de toda nuestra grandeza como seres humanos. Esa grandeza, que identificamos como la esencia que nos hace valiosos como personas, la definimos a través de otros aspectos de nosotros que consideramos superiores. Aspectos como nuestra actividad laboral, la responsabilidad por nuestra familia, o nuestro altruismo. Es esa tendencia a separarlo de nosotros, poniéndonos por encima de él la que provoca que ignoremos la verdadera importancia que tiene para nosotros. Y es esa ignorancia la que nos hace ciegos para percibir cuándo estamos persiguiendo satisfacer un deseo sexual y no cualquier otro de los que consideramos más elevados. Ahí nace ese espacio que cedemos para ser manipulados a través del sexo.

Iceberg superpuesto a una cabeza humana que simboliza el inconsciente

El caso del sexo es una de las motivaciones que juzgamos más severamente como vulgar, y ciertamente somos capaces de expresarla en formas muy groseras y dañinas, aunque también somos conscientes de que puede ser una expresión de amor. Pero también relegamos como inferiores otras motivaciones como comer, relajarnos, jugar, reírnos, etc… Si crees que no es tu caso, pregúntate si no consideras más importante socialmente o más elevada la labor del filósofo que la del humorista.

El mismo software con diferente apariencia

Existen diferentes formatos a través de los que hacemos esa escisión entre lo elevado y lo vulgar, el fondo y la forma, lo esencial y lo superficial. Múltiples opciones para diferentes ideologías, pero todas suponen la misma disociación. Unos formatos son mas materialistas, orientados a la productividad y el éxito económico, otros más hacia lo artístico y cultural, otros hacia lo ético o espiritual. Pero todos ellos colocan las necesidades del cuerpo en una esfera aparte, inferior y diferenciada de la esfera de los valores y motivaciones de la mente, la conciencia y el espíritu, donde el individuo sitúa su identidad. La cultura de la productividad económica, a parte de ser de las más extendidas hoy en día, es especialmente severa, pudiendo mortificar al cuerpo con más intensidad de lo que lo hizo ninguna religión. Es interesante cuestionarse si el miedo al pecado, a fuerza de latigazos y cilicios, pudo provocar tantas patologías físicas agudas y crónicas como el estrés laboral.

Lo curioso es que muchas de las motivaciones del cuerpo son algunas de las fuerzas más poderosas que mueven nuestra sociedad, especialmente, y una vez más, el sexo. Todos decimos que vivimos en una cultura de valores superficiales y que no está enfocada en las cosas importantes o esenciales. Sin embargo, cada uno de nosotros en primera persona, creemos actuar siempre movidos por valores de los que consideramos superiores, o como mínimo siendo conscientes de nuestros instintos y teniéndolos bajo control.

La superación final de la dualidad

yoga frente a una puesta de sol

Desde el tantra se habla de superar los patrones instintivos y desarrollar otras motivaciones como el amor universal. La gran diferencia es que para el tantra nuestra grandeza reside siempre en todas partes, incluido en lo que consideramos inferior, por eso el tantra no niega ni reprime ninguna parte de nosotros. La cuestión de si los valores de la mente o el espíritu son superiores a los del cuerpo no se puede responder. No se puede responder porque es una pregunta mal formulada y no hay respuestas correctas para preguntas mal formuladas. Es una pregunta mal formulada porque parte de la concepción de que el cuerpo y el espíritu son dos cosas separadas. Una persona que pretende alcanzar la plenitud solo desde su cuerpo no lo conseguirá. (Aunque por supuesto, lo único que puede hacer es hacerse creer que se separa de su espíritu porque no es posible realmente hacerlo.) Ese camino ya lo hemos recorrido, lo conocemos y sabemos que conduce a comportamientos embrutecidos y dañinos para uno mismo y para otras personas. Es precisamente por eso que hemos acabado tan convencidos de que el cuerpo y sus instintos eran inferiores. Pero una persona que pretende alcanzar la plenitud solo desde su mente, conciencia o espíritu, excluyendo su cuerpo, tampoco lo conseguirá. Esa represión genera comportamientos igual de embrutecidos y dañinos. Los dos puntos de vista tenían su razón de ser, eran correctos cada uno desde su propia perspectiva. La evolución de la conciencia nos lleva siempre a integrar lo que parecía opuesto e irreconciliable. Es el momento de comprender que ninguno de los dos caminos era posible, o que los dos lo eran, porque lo físico no es solo una carcasa inerte contenedora del espíritu, sino que lo espiritual atraviesa lo físico y reside en ello.

Cuando decimos que somos mucho más que este cuerpo físico, estamos en lo cierto. Cuando decimos que este cuerpo físico es nuestra realidad tangible, también estamos en lo cierto. Nuestra esencia no se reduce a ninguna manifestación material concreta, pero a la vez se expresa a través de todas ellas. Nuestra esencia es la Fuente de la que surge toda manifestación. Es infinita y sin forma, pero es una con todas sus manifestaciones y es a través de ellas que la experimentamos.

La obra no es el artista, y aunque destruyamos una, dos, o muchas de sus manifestaciones, el artista no será dañado en absoluto. Seguirá creando, expresándose a través de su obra. Y por otro lado, es precisamente en esa expresión a través de su obra donde reside su esencia como artista. La obra es el «cuerpo» de su esencia creadora. Por lo tanto, a la vez que el artista no es su obra, su identidad como artista es inseparable de ella. De la misma manera, el mundo material es inseparable de nuestra esencia espiritual.  Tweet This!

Pintor pintando la escena que está viviendo al pintarsePero hay una diferencia importante en esta analogía, una diferencia que corresponde al salto de lo relativo a lo absoluto. Podríamos llegar a destruir toda la obra de un artista, incluso evitar, por adelantado, que llegue a manifestarse. Entonces, podríamos plantearnos si fue alguna vez artista o si alguna vez lo será. Sin embargo, la infinita creación material de la Fuente universal ya existe fuera del tiempo y, al igual que su creador, tampoco puede ser amenazada. La realidad última no es dual. Existe una sola esencia, por lo que, en su creación, la Fuente original no saca nada fuera de sí. No hay a donde sacarlo. Todo lo que crea es igual a sí misma. No parecido, o hecho del mismo material, sino igual en identidad. Todo es ella misma. Ni siquiera podríamos estrictamente hablar de causa creadora anterior y efecto creado posterior, ya que la causalidad depende del tiempo lineal y en el plano no dual el tiempo no existe. Solo existe el Ser. La Fuente y la manifestación son simplemente dos ángulos a través de los que nuestra mente dual percibe al Ser. Así, los dos caminos, el del cuerpo y el del espíritu, siempre fueron un solo camino sin que lo supiéramos.

Por esa razón, cuando desde la vía espiritual extática se habla de ir más allá de los patrones instintivos y de lo material, de lo que realmente se habla es de tomar conciencia de esa dimensión espiritual que reside en ello. No es que el cuerpo no pueda darnos la plenitud, es que no es posible alcanzar la satisfacción completa del cuerpo sin incluir el espíritu. Y lo mismo se aplica para quien busca esa plenitud en el espíritu. Hasta no incluir al cuerpo no habremos experimentado nuestra espiritualidad en su totalidad. Es así porque ambos son uno. Solo son separados en nuestra mente. El problema es que nunca podremos vivir nuestra espiritualidad en nuestro cuerpo si continuamos negándolo e ignorándolo. Sería lo mismo que tratar de ensalzar la identidad creadora de un artista negando su obra, excluyendo todos los matices sensoriales encarnados en lo físico, a través de los que el artista se expresa y en los que pone su alma, haciendo vibrar la nuestra. Es igual de sinsentido que reducir su identidad creadora a esa materia física a través de la que el artista plasma su obra. Tratar de alcanzar la satisfacción y plenitud excluyendo a uno o a otro no es más o menos ético o elevado. Simplemente son dos modos diferentes de ignorancia. O lo que es lo mismo, también la diferenciación entre inmoralidad e ignorancia queda disuelta al caer las separaciones duales que creamos entre los opuestos.

Dado que la vía espiritual estática nos lleva a experimentar la espiritualidad que reside en nuestros cuerpos, no pasa por abandonar ninguna de las actividades que satisfacen al cuerpo. El instinto no es eliminado de nosotros, pero ciertamente su vivencia se transforma por completo. Continuar llamándolo «instinto» o no es una cuestión terminológica. Lo importante es ser conscientes de que no hemos abandonado ni negado nada sino alcanzado una dimensión más profunda de lo que conocíamos. La idea de abandonar algo o dejarlo atrás para movernos hacia otra cosa mejor una vez más parte necesariamente de la idea de que hay dos elementos separados y es incompatible con un pensamiento no dual.

La aventura de abandonar definitivamente el juicio

Todo lo expresado aquí en relación al cuerpo se aplica a cualquier otro condicionamiento mental que nos haga pensar que hay actividades o placeres inferiores a otros. Nuestros condicionamientos mentales son innumerables y variados, por eso nos resulta tan difícil alinearnos con nuestros verdaderos deseos. Cada uno estamos llamados a hacer algo en cada momento, pero lo que eso supone es la expresión de una preferencia personal, el ejercicio de nuestro libre albedrío en la exploración de las infinitas posibilidades creativas a nuestra disposición. Eso es muy distinto a escoger desde el miedo a caer en el error de ser inferior o vulgar.

Cuando más intensa hacemos esa escisión entre lo que consideramos elevado y profundo frente a lo que consideramos vulgar y superficial, más vulgar y superficial se vuelve lo segundo. Efectivamente, esas partes de nosotros serán inferiores mientras continúen escindidas de nosotros. Inferiores en el sentido de que nos proporcionen más sufrimiento y menos satisfacción. No porque realmente exista tal «inferioridad» sino porque la creamos nosotros al no permitirnos vivirlas plenamente.

Onzas de chocolate

 


No es que hayamos abusado de todo eso que consideramos inferior y vulgar, es que no hemos tenido suficiente.  Tweet This!

 
 
 
 
No es que no puedan ofrecernos plenitud, sino que no hemos tomado todo lo que pueden darnos, porque no nos hemos sumergido totalmente en ellas, al menospreciarlas dejando nuestra identidad y sentido de la espiritualidad fuera de ellas.

Mujer con los ojos cerrados disfrutando de estar en la naturaleza

Todos somos seres espirituales. Ninguna actividad realizada por un ser espiritual puede ser no-espiritual. Contemplar la belleza de un cuerpo humano, recibir la atención de otras personas, vestir una bonita camisa, la comida, la risa o el sexo pueden ser las vivencias más elevadas imaginables si todo nuestro ser está presente en ellas.  Tweet This!

La mayor grandeza reside en la mayor sencillez

Pensemos en la meditación. La consideramos, de forma icónica, la práctica espiritual por excelencia. Meditar es «estar aquí y ahora», sin propósito ni finalidad. Estar sentado sobre un cojín, simplemente respirando. No hay nada en la meditación que pudiera resultar sustancial para que la mente la considere más elevada que otras actividades. De hecho, el tiempo que la mayoría de nosotros pasamos meditando, lo pasamos escuchando los incesantes mensajes de nuestra mente diciéndonos todas las cosas que considera más importante hacer que continuar sentados respirando. Precisamente, lo que todos esperamos de la práctica es el hecho de que, con el tiempo, nos lleve a disolver ese juicio constante. Es gracioso que lo hayamos empaquetado como un nuevo producto que venderle a la mente como «elevado» o «superior». Y por otro lado, es comprensible, dado que si no fuera así, difícilmente se habría «tragado esa píldora». Pero pensemos por un momento… ¿Que hay en estar sentado respirando que sea más elevado que comernos una deliciosa naranja? Nada. Dejamos de etiquetar las actividades como «elevadas» o «mundanas» en el momento en que interiorizamos profundamente la comprensión de que no tenemos que hacer nada «espiritual». Cuando comprendemos que nuestro valor no es condicional a ninguna «finalidad», comprendemos que simplemente somos, somos el Ser, o la divinidad. Para esas personas que admiramos y nombramos como «iluminadas», toda actividad es meditación, incluido el sexo, la comida o la observación de la belleza física, porque son conscientes de que cada cosa que hacen es expresión de su esencia profunda, y que su esencia profunda, es la divinidad. La diferencia entre permanecer sentados respirando y comernos una naranja es que lo primero es la expresión más simple del Ser que puede realizarse en un cuerpo físico. Esa es la razón por la que la meditación se utiliza como el gimnasio para preparar a la conciencia para la experiencia en lo físico. Si somos capaces de reconocer nuestra esencia profunda en la actividad más simple imaginable, sin disfraces ni parafernalias, podremos reconocer esa esencia más tarde en cualquier otra de sus expresiones.

Vemos que las personas de mayor nivel de conciencia son las que alcanzan a experimentar la plenitud y el éxtasis en las actividades más sencillas, allí donde la mayoría no podemos hacerlo. Lo más vulgar se ha vuelto lo más elevado. Como siempre, dos polos aparentemente opuestos que se revelan como la misma cosa al alcanzar su culminación.  Tweet This!

 

El yin y el yang se esconden el uno al otro en su seno. Dos caminos que parten en direcciones opuestas, pero que si son seguidos hasta el final, convergen exactamente en el mismo punto. Si nos sumergimos completamente en la actividad más sencilla y trivial, ignorando totalmente cualquier propósito elevado, alcanzamos inmediatamente la mayor grandeza. Si nos sumergimos completamente en la búsqueda de la máxima grandeza, ignorando cualquier distracción que desvíe nuestra atención de nuestra esencia profunda, alcanzaremos la máxima sencillez, reposando plenamente en la simple conciencia de ser. 

Ramas de un árbolLa sencillez y la grandeza. Son dos perspectivas que nuestra mente crea, observando la misma esencia desde dos diferentes puntos de vista. Ambas verdaderas, ambas falsas. Dos reflejos opuestos a través de los que podemos nombrar y señalar la sustancia única de todo lo que es, y que por sí misma no puede ser nombrada. Puede ser experimentada, pero no nombrada.

Te invito a contemplar cualquier cosa que tengas delante. Observa las ramas de un árbol movidas por el viento. Obsérvalas completamente hasta que desaparezca cualquier otra cosa, cualquier juicio o etiqueta, nombre o adjetivo. Obsérvalas hasta que tú mismo desaparezcas. Eso, es el Ser.

Cuando tu corazón haya sido estremecido, una y otra vez, por la belleza de su obra, a través del éxtasis de tus cinco sentidos, te habrás enamorado del artista. Cuando te hayas familiarizado con la caricia de sus infinitas melodías, ritmos y timbres, podrás escucharlo todo ello contenido en el silencio, y éste, supondrá la unión más profunda que puedas experimentar con tu amante. Profunda, serena, plena. Y aun carnal, intensa, apasionada. Cuando lo hayas amado lo suficiente, tu identidad se disolverá en la suya y la suya en la tuya. El Ser.

Seamos o no conscientes, todos estamos inmersos en la vía espiritual extática.  Tweet This!

 

Hombre meditando en la  naturaleza con una figura de un cello difuminada en las nubes

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No dualidad y espiritualidad

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