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El hueco en nuestro interior
El enamoramiento es uno de los más grandes deleites que nos regala la vida. Tanto, que no deseamos que termine aunque por alguna razón nos esté perjudicando. Cuando pensamos en la posibilidad de perderlo sentimos que nos deja un vacío inmenso. Pone en evidencia que existía un hueco en nuestro interior tan grande como ese vacío que deja, y lo más extraño es que no sabíamos que lo teníamos hasta que esa persona apareció en nuestra vida para llenarlo. Además es un hueco en el que solo una persona en todo el universo puede encajar… pero lo hace a la perfección, con tal belleza y elegancia que solo deseamos que ese hueco no desaparezca jamás para que pueda ser llenado. La mera noción pasándonos por la cabeza nos hace sentir desolados.
Nos hace tan felices, y a veces a la vez tan dependientes y desdichados. Entonces ¿es bueno? ¿Es malo? Cuando llevábamos una vida tranquila y apacible, centrados en las cosas que consideramos importantes, de repente surge de la nada y nos sacude hasta los huesos para recordarnos que no estamos completos, que tenemos un hueco. Y nos muestra que ese hueco es de tal envergadura como para que tenga cabida en él algo tan increíblemente hermoso, tan inmenso como lo que ahora lo está llenando. El hecho de que la vivencia de ese amor sea tan mágica y maravillosa no hace otra cosa que poner en evidencia el monumental tamaño del propio agujero. Cuánto más maravillosa la vivencia, mayor el agujero.
¡¿Qué necesidad?! ¿Por qué? ¿Por qué perturbar de esa manera nuestra vida? Además, una vez que ocurre quedamos hipnotizados y queremos más y más de esa experiencia. Pareciera que hubiera un destino misterioso manipulador que quisiera llevarnos en esa dirección sin que pudiéramos hacer nada, ya que consigue alinear nuestro corazón totalmente con su propósito, para perturbar la rutina apacible de nuestra vida. ¿Hacia dónde nos pretende arrastrar ese destino?
Estamos tan enfocados en la persona que amamos que no pensamos demasiado en el hueco y se nos escapa una cuestión que debería resultar bastante evidente. Si esa persona pudo entrar en nosotros en un primer momento, es que ese hueco debía estar ahí antes que ella llegara. ¿A qué puede corresponder un agujero tan grande en nosotros? Hace un tiempo escuché preguntar a alguien si creía en Dios. Dijo que su mujer es el único Dios que necesita. Esa persona dice ser atea y no poder creer en nada «sobrenatural». Pero ciertamente me parece la manera más precisa de definir Eso a lo que muchos apuntan cuando usan la palabra «dios». Para mí la respuesta de esa persona es la definición de Dios menos atea imaginable.
La imagen de Dios que se nos ha enseñado está tan distorsionada que cuando lo experimentamos directamente no sabemos reconocerlo. No es extraño, porque no se le parece nada.
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Por eso hay tantos ateos. Son personas con visión muy lúcida. Muchas personas no creen en eso que hemos llamado «sobrenatural», pero dicen de las personas que aman que son ángeles y acuden a la imagen de Dios cuando expresan emociones o escriben poesía. «Es una metáfora», dicen. Conocen perfectamente a Dios pero no saben que lo hacen. La mente piensa, la mente cree o no cree, pero el corazón sabe, sin que ésta tenga necesariamente que ser consciente.
Enajenación transitoria
Entendemos el enamoramiento como un estado de enajenación. ¿Pero y si es nuestro estado natural? Cuando nuestro corazón nos apunta con tanta fuerza en una dirección, nos lleva a preguntarnos: ¿Cómo puede estar tan equivocado? ¡Uno se siente tan pleno! ¡Tan uno mismo, tan genuino! Pero nuestra mente no lo cree, no cree que sea real. Y ciertamente es comprensible. La mente tiene sus razones. Cuando estamos enamorados no vemos los defectos de las personas, y por si fuera poco, con el tiempo, ese enamoramiento se va apagando y un día inesperado surge por otra persona que pasa a ser entonces la nueva única.
Como no vemos los defectos y las limitaciones de la persona de la que estamos enamorados, decimos que «el amor es ciego» y por lo tanto, un estado de ofuscación. La persona que amamos es siempre perfecta. No. Perfecta es poco. Es mucho más que perfecta, porque la perfección tiene un tope. La magia que percibimos en la persona amada no. Esa magia es de naturaleza no mensurable y a lo que no se puede medir no tiene sentido aplicarle siquiera el concepto de tope. Incluso aspectos de ella que en otras personas nos parecían negativos, en ella se vuelven deliciosos. No nos parece ningún defecto el hecho de que tenga defectos, porque ella es la única referencia posible y no tiene sentido compararla con otras cosas. Todas las demás cosas son finitas y solo su magia es infinita. Las demás cosas están en otro plano. Ella es insuperable por concepto. Eso no se puede cuestionar porque eso la define. No necesitamos conocer muchas cosas para poder estar seguros de que es insuperable. No necesitamos conocer ni una sola más, porque no hace falta ninguna comprobación para saber que nada, por lejos que llegue, puede superar al infinito. En cuanto uno conoce el infinito, eso se hace evidente. ¿A qué nos recuerda esa definición?
¿Y si el enamoramiento, lejos de ser un estado de enajenación, es un estado de lucidez tan genuina que no la sabemos reconocer? ¿Y si enamorarse es como quitarse unas gafas de sol por unos instantes y ver la luz del sol tal como es?
En muchos casos esa droga del enamoramiento nos lleva por un viaje maravilloso pero corto. Sin embargo otras veces ocurre algo que lo cambia todo. No importa tanto el tiempo que se permanezca en ese estado como lo lejos que se llegue. Si nos sumergimos lo suficiente profundo en ese mundo de magia, la locura del amor no tiene vuelta atrás. Para entonces hemos conocido a la persona amada más allá de la forma. Cuando eso ocurre ya no funcionan las señales que nos sacaban de la hipnosis. Aunque su cuerpo cambie o se arrugue continuamos percibiendo en ella el infinito. Lo hacemos incluso aunque esa persona deje de ofrecernos esas expresiones de amor que tanto alimentaban nuestro trance. Y lo más sorprendente es que no solo lo percibimos en ella. Comenzamos a verlo en la luz que entra por la ventana, en la brisa del mar y en los pájaros, en el aroma de la tierra mojada. Si nuestra locura llega a un estado lo suficientemente avanzado, comenzamos a percibir el infinito incluso en las cosas que antes nos resultaban desagradables y si el caso es terminal, en todas las cosas.
Para muchas personas esa enajenación se suaviza en mayor o menor grado en diferentes momentos de la vida y llegan a adaptarse y reintegrarse en sociedad. El estrés y las exigencias de la vida los traen a tierra. Para otras personas continúa para siempre en el estado de máxima intensidad. Pero en cualquiera de los casos la percepción nunca vuelve a su estado anterior. Todos tienen una tendencia paranoica muy persistente. Aseguran que el infinito sigue ahí, en todas partes, y cuando los demás les muestran los objetos materiales finitos, la muerte y la enfermedad, tratando de hacerlos razonar, ellos solo los perciben como una neblina que parece ocultar por unos instantes la luminosidad de ese infinito. Ya nunca se sale de ese estado de enajenación. Algunos llaman a ese proceso de ser arrastrado a la locura vía extática, o tantra, y al estado de enajenación terminal «iluminación».
Tomar los dos caminos a la vez
Alguien podría decir que se dieron cuenta de que no era la persona a la que amaban el origen de esa magia, sino el propio infinito. Lo que podría suponer la culminación de todo romanticismo que parte de que la persona amada es única, termina no siendo muy diferente a la concepción más utilitaria del enamoramiento que considera que escogemos por razones circunstanciales y que lo que nos hace pensar que la persona es única, es simplemente un cóctel hormonal. Por muy elevado y espiritual que se nos presente el infinito, la idea de que solo están proyectando en la persona amada el verdadero objeto de su amor y su deseo, puede resultar igualmente frustrante y dolorosa para quienes están enamorados. Por muy infinito que sea el infinito, no es la persona amada y cuando uno está enamorado, la persona amada es el único objeto de amor que puede concebir.
Pero, por otro lado, la certeza que sienten en su corazón de que ella es la única tiene tal poder que a menudo eclipsa todo lo que diga su razón. Pueden hacerse pensar a sí mismos que tratan de conocer al infinito a través de ella en su práctica espiritual, o que son conscientes de que solo parece ser la única porque viven una enajenación hormonal. Pero en realidad sienten y actúan desde la verdad que percibe su corazón enamorado: la certeza de que la persona amada es la única, y es de lo que están realmente convencidos aunque no sean conscientes.
¡Menos mal que es así! Menos mal que el corazón nunca deja de guiarnos hacia la verdad aunque nuestra mente no comprenda. Porque si por la mente fuera, nunca llegaríamos a conocer la verdad. La manera en que la mente se representa la verdad a través de cualquier descripción siempre es distorsionada. Tanto que no la reconoce cuando la tiene delante.
Lo que descubrimos no es el hecho de que lo que amábamos era el propio infinito en vez de la persona que creíamos amar. Lo que descubrimos es que la persona amada se encuentra encarnada en todo el universo.
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Pero eso es lo que la mente no puede comprender. No comprende porque separa. Si se sitúa en la persona, pierde el infinito. Si se sitúa en el infinito, pierde a la persona. Pero la persona no se pierde. La persona es el infinito. No es solo una parte. En cada una de esas perspectivas de la realidad que llamamos «partes» está el Todo. Todas las melodías son la música.
Por eso, en el lenguaje de la mente, las palabras, no se puede expresar la verdad. Si dices que lo que amas no es la persona sino el infinito, es falso. Si dices que lo que amas es el infinito y no la persona, es falso. Sea cual sea la premisa que la mente siga siempre excluirá un aspecto de la verdad. Por esa razón ningún camino sirve para ella, porque solo puede tomar uno a la vez, y los dos, por separado, son los dos falsos. Al contrario, para el corazón todos los caminos llevan a la verdad porque los toma todos a la vez y cuando se toman a la vez son todos verdaderos. Por eso las mismas frases son falsas o ciertas según sean observadas por la mente o por el corazón, y no hay manera de contener en ellas una verdad inequívoca, ya que solo depende de la disposición del receptor del mensaje. Desde la mente hay agujeros y contradicciones evidentes en todo discurso, y la verdad permanecerá en un plano inaccesible.
No hay todo ni partes
Todos los caminos llevan a la verdad cuando se toman a la vez, porque la verdad está en el «Todo» que forman lo que llamamos «partes». ¡Pero no solo en el Todo!, está en el Todo y en lo que llamamos «partes». Sin lo que llamamos «partes» no hay «Todo», porque lo que llamamos «partes» son el Todo. Existe una sola cosa. La existencia es Una e indivisible, aunque la percibamos desde diferentes ángulos. Por eso en realidad los fragmentos de un holograma no son propiamente «partes».
El Todo, es todo. No deja nada fuera de sí mismo para moverse hacia ello más tarde. Por eso ni siquiera es que al corazón todos los caminos lo lleven a la verdad, es que el corazón ya está en ella. Nunca salió de ella. Por eso puede guiarnos. Para el corazón no hay procesos. El corazón no aprende. El corazón sabe.
Cuando seguimos su guía, gracias a él vemos la verdad en el camino escogido por la mente. Y aunque en ese recorrido nos peleemos con las personas que siguieron el otro camino, gracias al corazón seguimos adelante hasta llegar a experimentar completamente esa realidad, allí donde todos los caminos convergen. Entonces la mente también comprende. Comenzamos a ser capaces de verbalizar la realidad desde la visión del corazón y percibimos la verdad en las frases que antes nos parecían contrarias. Mente y corazón se hacen uno y también esa escisión desaparece. Y es ahora cuando nuestras frases se presentan incoherentes para quienes continúan en esa escisión.
Cuando se despierta la visión del corazón sabemos que todos tenían razón. Tenían razón los que decían que la persona amada es única y la única capaz de llenar el hueco. Y también tenían razón los que decían que no lo es, bien porque consideren que proyectamos en ella nuestro anhelo del infinito o porque consideren que estamos bajo un estado de enajenación inducido químicamente, según vengan desde el paradigma espiritual o científico.
Otra contradicción cancelada y resuelta. Tendemos a concebir como más grandiosas o importantes acciones en las que interactuamos con muchas personas. Creemos que tiene más valor recibir el reconocimiento de toda la humanidad que el amor de una sola persona. Y realmente perseguimos ese tipo de fines. A veces, incluso cuando la experiencia de vida nos haya demostrado que nuestros momentos de satisfacción más plena provengan del amor en nuestras relaciones cercanas, continuamos engañándonos a nosotros mismos, pensando que otros fines «elevados» son de mayor importancia. Pero eso es una interpretación mental de lo que sentimos. Esa interpretación no cambia la experiencia de plenitud que encontramos en el amor, esa experiencia de plenitud que proviene de la realidad percibida por el corazón:
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Cuando un pequeño ser, por pequeño que sea, nos entrega todo su amor, todo el universo nos ama en privado a través de él.
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«Mi mujer es el único Dios que necesito» es una frase que expresa completamente esa verdad a la que solo el corazón tiene acceso. No escogemos ninguna palabra al azar. Cuando hablamos desde la mente, que solo tiene un acceso parcial e indirecto a la realidad en la medida en que se filtra la guía del corazón, las expresiones se alargan y aun así no son afinadas. Dejan cabos sueltos y añaden aspectos superfluos inexactos. Esa, sin embargo, es una frase holográfica, redonda y sin fisuras, expresada de una manera simple y breve. Es una frase que surge desde la experiencia directa de la realidad.
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.La poesía, y lo que llamamos «metáfora», es la excusa que utiliza el corazón para poder expresar en palabras y con total propiedad una realidad que para la mente es falsa.
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«La mente crea el abismo, el corazón lo cruza.»
–Nisargadatta
No es un síntoma de ceguera sino de lucidez nuestra percepción de que la persona amada es única y que es el infinito. Realmente lo es. Todos lo somos. Aunque esta última frase sea contradictoria para la mente.
El enamoramiento no es ciego. El enamoramiento es un maravilloso instante de lucidez que nuestra mente no puede comprender.
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